¿Quién no experimentó alguna vez una conversación difícil en el trabajo? Habitualmente se presentan conflictos a solucionar en el ámbito laboral, ya sea entre pares o entre un jefe y un colaborador de su equipo y el momento de entablar esa conversación suele ser complejo. Para salir indemne de él hay que poseer buenas cualidades comunicativas, porque de lo contrario se cae en el riesgo de no cumplir el objetivo que esa charla tiene como horizonte.
El concepto clásico de diálogo como una interacción abierta que se nutre de una cooperación simétrica en busca de una verdad,no siempre rige en las complicadas conversaciones de trabajo, sin embargo, no hay que llevar estas conversaciones al terreno de una batalla. En una situación comunicativa de estas características, acostumbra ser el de mayor cargo quien plantea el tema a conversar. Ya sea si se trata de un llamado de atención por una baja performance, un problema actitudinal, o un recordatorio de ciertas normas y reglas de la oficina a algún empleado, es necesario tener el control de la conversación.
Un paso fundamental es reconocer que hay un conflicto y definir el campo del mismo, con el fin de evitar malentendidos. El que propone una conversación seria, destinada a tratar temas difíciles, debe tomar la iniciativa y no temer abordar el conflicto. Exponer el problema con claridad para proponer una solución que sea percibida como adecuada. La situación debe alejarse de la pelea y establecerse como un momento de aprendizaje mutuo y fortalecimiento de las relaciones.
Una vez definido el campo, es mejor comenzar con preguntas abiertas, que den la oportunidad al interlocutor de abrirse y hablar con mayor libertad. La contrapartida de las preguntas abiertas es que el interlocutor puede “irse por las ramas” y desviar, con intención o no, el centro de la conversación. Por eso es recomendable que un segundo paso de lugar a preguntas más específicas, cerradas, orientadas a cuestiones bien puntuales. Los detalles son una parte importante a clarificar en estas conversaciones. Deben evitarse las preguntas inductivas, aquellas que buscan direccionar el discurso del otro hacia nuestro objetivo. Dejar de lado formas como “¿Acaso usted no dijo...?” o “Entiendo que usted...” y utilizar preguntas de reflexión, que busquen profundidad, es recomendable para continuar el camino hacia el objetivo final, que siempre debe ser solucionar el problema en buenos términos.
Para quienes se ven tentados de optar por el camino de la evasión, evitando hacer frente a las conversaciones difíciles, hay que decir que la negación del problema no suele más que agravar la situación.
Si comunicarse es de por sí una situación compleja, más aun es comunicar un problema a un colaborador e intentar resolverlo. Una conversación difícil sin batalla y sin derrotas es lo ideal para que todos ganen. Nada mejor que salir de una conversación de estas características con la sensación de que ambas partes han dado un paso adelante.