Las novelas de ciencia ficción y los robots de las películas ya lo han adelantado: las máquinas se vuelven cada día más inteligentes. Según la Federación Internacional de Robótica, se considera un robot a una máquina industrial que puede ser programada para realizar tareas físicas relacionadas a la producción sin la necesidad de un controlador humano. Hoy en día nos hallamos en lo que Mc Afee y Brynjolfsson, del Instituto de Tecnología de Massachussets, llaman “la segunda era de las máquinas”, caracterizada por la aparición de autos sin conductores, sistemas que diagnostican enfermedades, impresoras 3D y drones que entregan productos de Amazon. En pocas palabras, se asoma el sueño 2.0 de Julio Verne.
Sin embargo, la presencia de un avance tecnológico cada vez más apabullante trae sus consecuencias en el mercado laboral. Según Dalia Marin, de la Universidad de Munich, existen dos posibilidades sobre cómo este avance va a afectar al mundo tal como lo conocemos: en primer lugar, los robots pueden reemplazar a los blue-collar workers, es decir, a los operarios de producción. En este caso, la demanda de trabajadores con habilidades y especialización se complementará con la presencia de las máquinas. La segunda opción implica un impacto mucho más profundo, ya que propone que las máquinas, ante el avance de la inteligencia artificial, reemplazarán también a los trabajadores con skills específicas.
En cualquier caso, los resultados posibles saltan a la vista. Una elevada productividad y una creciente eficiencia económica por un lado. Por el otro, millones de personas cuyos puestos de trabajo han sido ocupados por las máquinas.
El economista Larry Summers lo describió así en una charla en la Universidad de Berkeley: si hubiese una máquina, a la que él llama “el Hacedor” (“the Doer”), que hiciera todos los trabajos posibles a la perfección (desde la fabricación de una guitarra hasta un masaje), ¿qué sucedería? Simplemente habría una mayor productividad y productos de perfecta calidad y los únicos puestos de trabajo disponibles (y extremadamente bien pagos) serían aquellos que definen qué hacen los “Hacedores” y cómo podrían hacer cosas nuevas. En ese camino, el valor del trabajo del resto de las personas tendería a cero. Según Summers, hemos cubierto un 15% o un 20% del camino hacia la era de los “Hacedores”.
Los robots todavía no tienen una incidencia relevante en el mercado laboral. Sin embargo, el avance de la tecnología es irremediable. El debate ya está en marcha. Muchos economistas y analistas están alertando sobre los problemas a futuro. Algunos advierten que la profundización del avance tecnológico tenderá a ampliar las brechas, en principio, entre los trabajadores con y sin skills, mientras que otros creen que más bien las reducirán cuando los robots logren realizar el trabajo de un médico o un abogado.
Es evidente que el problema se ha instalado en los debates sobre el futuro del trabajo. Una vez que se ha asumido que es factible que la robótica tiene el potencial de reemplazar al trabajador, ya sea al operario o a los trabajadores con habilidades especializadas, lo que resta es preguntarse qué hará la humanidad al respecto.
Ya hemos visto en más de una película de ciencia ficción cual puede ser el siguiente paso: cuando “el Hacedor” cree un “Pensador” para que fabrique sus ideas, acaso también estén contados los días para el más especializado y creativo de los puestos de trabajo.