Cuando se habla de equidad de género en el ámbito laboral es importante tomar en cuenta que la tan mentada equidad parte de reconocer y aceptar que hombres y mujeres son distintos tanto es sus modelos mentales, en sus intereses, en las formas que tienen para relacionarse con el otro, en sus estilos de liderazgo, en sus prioridades y también en lo que significa el trabajo en sus vidas. Ni mejores ni peores, sino diferentes.
Entonces, ¿cómo se hace para equiparar lo distinto? Pues bien, no se puede! Y no está mal que no se pueda, porque cuando hablamos de equidad de género de lo que se habla es de respeto a la diversidad, de aceptar lo diferente.
Si bien se ha avanzado en los últimos años en la instalación de la equidad como un valor en el mundo del trabajo, aún hay mucho por hacer para que la equidad de género sea lo cotidiano en todas las empresas y no, como sucede en la actualidad, el atributo diferencial que posiciona a una compañía por sobre otra cuando ofrece empleo a una mujer.
El diagnóstico es claro. Abundan informes e indicadores que dan cuenta de la persistente inequidad. En América Latina y el Caribe cerca de la mitad de las mujeres que trabajan están empleadas en el sector informal, en donde las condiciones de trabajo son precarias. Aun cuando estén empleadas en el sector formal, las mujeres representan tan sólo el 55% del ingreso promedio que perciben los hombres por el mismo tipo de empleo. Más del 30% de las empresas de la región no tiene ninguna mujer ocupando puestos directivos. Cerca del 30% tiene al menos una en cargos de alta dirección y el 20% tiene a dos.
Muchos años pasaron desde que la mujer entró masivamente al mercado laboral cuando debió reemplazar a los hombres en las fábricas durante la Segunda Guerra Mundial. Allí fue cuando la mujer demostró que era capaz de realizar el trabajo que hasta entonces sólo había hecho el hombre. Pero lo hizo, además, en el marco de una situación crítica, sin estar preparada para las tareas que debía realizar y con la presión que significaba ser la única alternativa para sostener la producción y la economía. Imposible pensar en un peor contexto para un primer empleo.
Entonces? Por qué no se logra la equidad? Sin dudas la respuesta no es simple, mucho menos única. Se trata de una problemática compleja que es espejo de lo que sucede en otros ámbitos y que tiene su raíz en cuestiones culturales muy arraigadas en la sociedad. Cuestiones culturales que tienen que ver con las concepciones sobre lo que les corresponde ser y hacer a hombres y mujeres, y que obviamente se trasladan al ámbito laboral e interactúan con las exigencias y condicionantes productivas y económicas.
El modelo mental que sigue predominando es aún inequitativo. Un modelo en el que si bien los hombres quieren ir a los actos escolares, ayudan a los hijos con la tarea, hacen las compras y hasta cocinan milanesas, aún prevalece la perspectiva de que lo hacen desde un lugar de apoyo y no desde la responsabilidad asimilada como propia.
En síntesis, para que las mujeres puedan ocupar espacios de decisión en el trabajo, será necesario que los hombres ocupen espacios “de mujeres” en lo referente al cuidado de la familia y el hogar.