Según su definicion, el éxito se refiere al efecto o la consecuencia acertada de una acción o de un emprendimiento. Durante mucho tiempo predominó, sin competencia, el paradigma que asociaba al éxito con el resultado material. Si el trabajo generaba más dinero, la posibilidad de comprar el auto último modelo o una casa cada vez más grande, entonces, se tenía éxito en el trabajo.
Hoy las cosas son distintas, en parte por la mirada disruptiva de las nuevas generaciones. La base de los cuestionamientos a las estructuras laborales es simple: el concepto de trabajo ha cambiado. En primer lugar, trabajar ya no es sinónimo de conformarse con el presente siempre y cuando haya dinero para vivir bien. En este sentido, los jóvenes desafían los valores tradicionales porque estos no se ajustan a sus proyectos, que incluyen emprendimientos propios, una vida personal y social más plena, una vida saludable, una mayor conciencia ambiental o simplemente más tiempo libre.
Sin embargo, no todo es patrimonio de las nuevas generaciones. Los adultos también experimentan en carne propia este cambio. Si antes lo material era un índice de éxito, ahora aparece un nuevo factor en la ecuación: el éxito viene con la felicidad. Muchos adultos se han lanzado a perseguir sus vocaciones tardíamente porque han entendido que no hay éxito sin realización personal. Muchas personas optan por una clase distinta de éxito: el auto, la casa, el prestigio o el dinero no valen el sacrificio porque ya no son objetivos primordiales. El viejo concepto de éxito ha mutado y hoy significa hacer lo que da placer, quizás trabajar en la profesión soñada, fundar una ONG, irse de la ciudad. Hay tantas definiciones de lo que es ser exitoso como personas que lo intentan porque cada uno le da sentido a esa palabra.
En este nuevo contexto, lejos quedó la fotografía del éxito como mero bienestar material: hoy, la imagen de los trabajadores exitosos es la de los hombres y mujeres que siguen felices su vocación interior rompiendo mandatos buscando hacer realidad sus sueños.